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CARLOS MARIO GALLO MARTÍNEZ

LA CANASTILLA APLASTADA

LA CANASTILLA APLASTADA


 
Se acercaba el día de la Madre. Un niño de nueve años había hecho con sus propias manos, una canastilla de hojas de caña para obsequiársela a su querida madre. Todos los días, desde una semana antes, el muchacho a escondidas, sacaba el regalo y lo contemplaba con orgullo. Si alguna de las hojas de caña se había zafado, o no estaba bien sujetada, el niño la cambiaba y modificaba todo el diseño de la canastilla.
 
Llegó por fin el día de la Madre, y el niño había acordado con su hermanita que cada uno llevaría su regalo a la mesa para darle la sorpresa a la mamá. Cuando llegó el momento, la hermana llevó el suyo, pero el niño no aparecía por ningún lado. La madre, después de un buen tiempo lo llamó, pero él no salió de su cuarto, así que ella puso el oído a la puerta, y oyó al niño llorando.
 
Muy sabia y discretamente, la madre abrió la puerta y vio a su hijo sentado en el piso, con el regalo entre las piernas, todo aplastado. Lo había ocultado detrás de un escritorio, y alguien había movido el escritorio y había destrozado la canastilla.  Sin decir nada, la dulce madre se sentó junto al hijo y empezó a rehacer la canastilla. El niño comenzó a secarse las lágrimas, y a medida que la canastilla volvía a tomar forma en las manos de la mamá, más y más amplia se hacía la sonrisa en su inocente rostro.
 
Al terminar la madre la tarea, fue con su hijo hasta el comedor con el regalito, y el niño experimentó ese día de la Madre como el más inolvidable de toda su vida. Lo recuerdo perfectamente, porque ese niño era yo.  Muchas veces en la vida, desde entonces, he visto la misma escena. Pero no ya como una canastilla rota que reconstruye una madre con sus propias manos, sino vidas destrozadas, arruinadas, estropeadas, que toma Jesucristo en sus manos y las recompone y regenera. Jesucristo es el gran carpintero de las almas. Tiene amor, tiene paciencia, tiene sabiduría y tiene poder. Puede recomponer cualquier vida hecha escombros. Y sólo está esperando que nosotros, con lágrimas y con esperanza, le entreguemos nuestra alma.
 
Carlos Rey  

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