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CARLOS MARIO GALLO MARTÍNEZ

“CONOCER” A ALGUIEN

“CONOCER” A ALGUIEN

“CONOCER” A ALGUIEN

  

Si conocerse a sí mismo lleva toda la vida,

¿en qué momento podemos asegurar que conocemos a otro?

Y no sólo eso: el otro, como uno, curiosamente no es un mueble o un ladrillo,

que más o menos permanece igual a lo largo de los años;  

Sino  que también cambia,  evoluciona, o se deteriora,

o simplemente se modifica.

  

De manera que en este asunto tenemos por lo menos dos riesgos:

Primero: dar al otro por conocido

por el mero hecho de que hace mucho que está en nuestra vida,

y entonces dejar de seguir conociéndolo hoy

(su versión actual, los ríos subterráneos que nutren su identidad).

¿Acaso no lo hemos padecido desde los demás hacia nosotros muchas veces?

 

Segundo: imaginar que esa persona es todo lo que le adjudiquemos

desde nuestro propio psiquismo

(prejuicios, proyecciones, supuestos). 

Cuando se nos presenta alguien nuevo para conocer,

por nuestra naturaleza,

reaccionamos desde lo más primitivo y animal que tenemos,

por razones de supervivencia:

necesitamos clasificar al otro para saber, básicamente,

si está en el bando de los peligrosos, de los inocuos, de los aliados.

Tan automático es este mecanismo

que el cerebro sólo tarda cuarto de segundo en realizar esta operación clasificatoria inicial.

 

Por eso luego una parte nuestra busca inquietamente información

para constatar o descartar ese pre-juicio inicial,

con preguntas que poco o mucho podrán aportarnos:

¿de qué signo es?; ¿a qué se dedica?; ¿de qué equipo de fútbol es fan?;

¿qué música prefiere?...

Y con eso cubrimos la primera capa de inquietud.

Pero,  ¿cuánto más allá vamos?

A veces alguien declara que ha constituido una pareja

con no mucha más información que ésta,

más una enorme cantidad de proyecciones ilusorias que,

al ser luego reconocidas como tales, producen, por ende, des-ilusión. 

Pienso en esto:

¿cuánto me siento conocida por los vecinos,

las personas más periféricas

que, claro, alguna imagen han de tener respecto de mí?

¿Cuánto por las más cercanas?

¿Cuánto he padecido el tener pegadas en mi frente,

proyecciones que no respondían a mi identidad?

¡Qué doloroso es que el otro no se tome el trabajo de conocernos!

 

No hagamos lo mismo, entonces.

Podemos tomar “la tarea de conocerlo”  como algo sagrado:

entrar a su mundo interno “en puntas de pie”,

con aceptación, sin invasividad,

con ganas de saber, de verdad.

Para tomar distancia de aquellos  a quienes no elijamos para nuestra vida

y también para no perdernos de tener

una versión PROFUNDA y ACTUALIZADA

de los que pueblan nuestros afectos.

lo cual puede ser sorprendente!.

 

Quiero elegir ser una exploradora de los paisajes del otro,

tanto como puedo,

para poder mejor mis vínculos con los demás.

 

“Cuando se quiere conocer a alguien,

sólo es menester prestar atención a quién dispensa sus cuidados

y cuáles son los aspectos de su propio ser que cultiva y alimenta

Richard Wilhelm



 

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