LA BOLSA DE AGUA CALIENTE
 
								
				
				 
Una noche yo había trabajado mucho ayudando  a una madre en su parto; pero a pesar de todo lo que hicimos, murió dejándonos  un bebé prematuro y una hija de dos años.  Nos iba a resultar difícil mantener  el bebé con vida porque no teníamos incubadora, ni facilidades especiales para  alimentarlo.
Muy bien, dije, "pongan al bebé lo más cerca posible del fuego  y duerman entre él y el viento para protegerlo de éste. Su trabajo es mantener  al bebé abrigado".  Al mediodía del día siguiente, como hago muchas veces, fui a  orar con los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les hice a los  niños varias sugerencias de motivos para orar y les conté lo del bebé prematuro.  Les dije el problema que teníamos para mantenerlo abrigado y les mencioné que se  había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía morir fácilmente por  el frío. También les dije que su hermanita de dos años estaba llorando porque su  mamá había muerto. 
Durante el tiempo de oración, Ruth, una  niña de 10 años oró con la acostumbrada seguridad consciente de los niños  africanos: "Por favor Dios, mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no  servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios, mándala esta  tarde".  Mientras yo contenía el  aliento por la audacia de su oración la niña agregó:  "Y mientras te encargas de  ello, ¿podrías mandar una muñeca para la pequeña, y así ella pueda ver que Tú le  amas realmente?" 
Frecuentemente las oraciones de los chicos  me confunden. ¿Podría decir honestamente "Amén" a esa oración? No creía que Dios  pudiese hacerlo.  Sí claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay  límites, y yo tenía grandes dudas. 
A media tarde cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras,  me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando llegué el  auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme paquete de once kilos.  Se me llenaron los ojos de lágrimas.  Por supuesto no iba abrir el paquete yo  sola, así que invité a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos.  
Lloré... yo no  le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua caliente, ni siquiera creía  que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada en la primera fila, y se abalanzó  gritando: "Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca".  Escarbé hasta el fondo de la caja y saqué una hermosa  muñequita. A Ruth le brillaban los ojos.  Ella nunca había dudado. Me miró y  dijo: "¿Puedo ir contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que  Dios la ama en verdad? 
Ese paquete había estado en camino por cinco meses. La había  preparado mi antigua profesora de religión, quien había escuchado y obedecido la  voz de Dios que la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a pesar de  estar en el continente africano.  Una de las niñas había puesto una muñequita  para alguna niñita africana cinco meses antes en respuesta a la oración de fe de  una niña de diez años que la había pedido para esa misma tarde.
Esto nos habla de la fuerza que tiene la  oración que se hace con fe y confianza.
 
       
		
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