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CARLOS MARIO GALLO MARTÍNEZ

¿ERES UNA PERSONA AGRADECIDA?

¿ERES UNA PERSONA AGRADECIDA?

¿ERES UNA PERSONA AGRADECIDA?
 
Me pregunto qué pasaría si decidiera publicar un libro titulado: “La Importancia de Ser Una Persona Agradecida”.  No me lo digas, creo intuir tu respuesta:  ¡sería un rotundo fracaso editorial y comercial!  La mayoría de nosotros prefiere leer materiales que fortalezcan la autoestima, libros que inspiren a seguir adelante, escritos que señalen el camino hacia el éxito personal.  ¡Y vaya que no son cosas malas! Pero muy pocas veces detenemos nuestro agitado caminar para cultivar un espíritu agradecido.
 
¿Te has encontrado alguna vez con personas cínicas y llenas de amargura?  Yo sí, una infinidad de veces.  Día a día contemplo el triste espectáculo que mucha gente ofrece mediante respuestas irónicas, quejas frecuentes y malhumor persistente.  Sin ir más lejos, la semana pasada me di cuenta que yo también estaba cayendo en una suerte de “ingratitud”.  Me vi a mí mismo esmerándome por tratar gentilmente a un sinnúmero de personas, pero “olvidándome” de hacer lo propio con mi familia.  Esto me llevó a recomponer mi actitud y a reflexionar en el hecho que muchas veces nos olvidamos de ser agradecidos con aquellos que integran el círculo íntimo de nuestras relaciones interpersonales. 
 
En este sentido, varios años atrás me impactó el desafío de un reconocido conferencista internacional.  Ante una nutrida audiencia preguntó.
-    “¿Eres tú una persona agradecida?”.
 
Luego de hacer una pausa, prosiguió:
-    “Te desafío a que hoy mismo hagas una lista de todas las personas que alguna vez hicieron algo bueno por ti y te comuniques personalmente con ellas para expresarles tu gratitud”.
 
¡Increíblemente sencillo pero al mismo tiempo altamente revolucionario!  De más está decir que cuando me puse a elaborar mi lista me sorprendí encontrando nombres y hechos que estaban perdidos entre los anaqueles de mi memoria.  Más allá de lo común y cotidiano, la clave del asunto se encuentra en forjar el hábito de un corazón agradecido.  Puede parecer un pensamiento simple, pero la sencillez que representa involucra un beneficio integral para nuestra salud emocional y espiritual.  
 
Cristian Franco
www.cristianfranco.org
 
 
DANOS TU PAZ
 
Señor Jesús, Príncipe de La Paz, el mundo se desangra por la guerra; en todos los rincones de la tierra los hombres y mujeres se enfrentan, por mil causas distintas y se matan.  Aquí es con el pretexto de defender el país de la injerencia extranjera; allá con las ideas de arraigar las costumbres; más allá, en nombre de las ideas políticas, de las convicciones sociales, e incluso, de las creencias religiosas.
 
Unos aseguran buscar el bien de los pobres, de los que no tienen nada y viven marginados del progreso, otros sostienen que su misión es proteger a los buenos ciudadanos; y otros simplemente tratan de “pescar en río revuelto”.  Y finalmente, no faltan las luchas que los países ricos trasladan a los países pobres con el pretexto de “defender el mundo” pero buscando en realidad sus propios intereses de dominio.
 
En definitiva, Señor, el resultado es el mismo; el dolor y la muerte de cientos, de miles, de millones de personas, de hombres y mujeres de todas las edades, incluyendo niños, y ancianos indefensos, y jóvenes a quienes se les niega la posibilidad de disfrutar de su vida y sus esperanzas.  La guerra es un desastre universal, un invento demoníaco; una tortura de la humanidad. 
 
Señor Jesús, Príncipe de La Paz, ayúdanos a tomar conciencia de nuestra equivocación radical.  Ayúdanos a entender que los seres humanos fuimos creados no para odiarnos sino para amarnos, no para enfrentarnos sino para comprendernos, no para matarnos sino para vivir juntos y compartir en armonía el mundo maravilloso que Dios nos regaló desde el principio del tiempo.  Ayúdanos a entender que todos somos iguales en dignidad, que todos tenemos los mismos derechos, que todos soñamos con las mismas cosas, que todos, sin distinción, merecemos realizarnos como personas y vivir en paz.
 
Sana, Señor, los corazones enceguecidos por el odio y el rencor, por el afán de poder y el deseo de riqueza, por el orgullo y la soberbia.  Sana los corazones enceguecidos de todos aquellos que sin medir el alcance de sus acciones, enfrentan a los hombres y a las mujeres en todos los rincones de la tierra, y siembran de dolor y muerte, de llanto y desesperación los campos y ciudades.
 
Renuévanos por dentro Señor, que el amor sea el motor de nuestra vida y la construcción de la paz del mundo nuestra gran misión.
 
Amén
 

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