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CARLOS MARIO GALLO MARTÍNEZ

YO ACARICIÉ EL CIELO

YO ACARICIÉ EL CIELO

YO ACARICIÉ EL CIELO
 
Admito que el final tiene que llegar, y hay que aceptarlo.  Es algo que se presiente.  La mayoría de las veces no se puede explicar, pero sin embargo se puede dar conocimiento del suceso.  ¿Con qué fin? Para que aceptemos la verdad.  Lo voy a explicar de acuerdo a como lo viví.  El cielo existe y tal es la diversidad de testimonios que se narran por quienes han traspasado el umbral de la vida a la muerte.  Yo crucé el umbral y puedo explicar que tal evento, conlleva a ciertos milagros que nos hacen creer, que Dios sí existe.
 
No hay otra forma de aceptarlo, a veces nos preguntamos:
-    ¿Dónde están nuestros padres o algún otro ser querido que se nos adelantó?
 
Miramos al cielo y hasta nos llama la atención tal o cual estrella haciéndonos a la idea de que la que más destellos regala a nuestra vista, es nuestro ser amado.

El inicio, fue un presentimiento y lo primero que se me ocurrió, fue dirigirme a mi rincón favorito y sentarme al borde de la cama.  Al hacerlo, mi cuerpo se fue hacia atrás y perdí el conocimiento.  De acuerdo con el diagnóstico una hora después del acontecimiento y ya en el hospital, el cardiólogo dijo a mi esposa e hijos: ”Fue una muerte súbita”.

Cuando esto sucedió, me vi en un área en donde reinaba mucha quietud.  Estaba parado y dirigiendo la vista de un lado a otro.  Se veía un manto de nubes con poco movimiento y de un color gris claro.  Fui a dar ahí, para reconocer el lugar donde posiblemente iba a quedar mi ser y mi alma para siempre.
 
No dejo de aceptar, la tranquilidad de los procesos de la naturaleza, son aceptables y vivir una experiencia así, es para entender que nuestro cuerpo espiritual sí disfruta al morir, lo hermoso de ese cambio.  Todo esto lo comento, para hacer ver la realidad y quitarnos esa idea errónea, de que el morir es horrendo.  Claro que en vida lo que más nos preocupa, es que cuando llega la muerte a un ser querido, ya no lo veremos más. 
 
Un gran alivio sentí cuando me vi en el túnel en donde mi cuerpo, en forma horizontal, giraba y oía el suave ruido del aire como el que se filtra por las hendiduras de las puertas.  El túnel era amplio, y estaba formado por nubes de color gris claro.   Conforme avanzaba, disfruté del viaje.  Sinceramente, me sentía tranquilo y contento pues creo que mi creencia religiosa me ayudó a tomar esta experiencia como algo natural que tarde o temprano y de acuerdo a la decisión de Dios, hay que aceptar.
 
A mitad del viaje, dentro del túnel, percibí voces de niños y un cántico que me agradó.  A mi modo de ver, eran ángeles que posiblemente festejaban el arribo de mi espíritu a ese lugar tan hermoso.  Avanzaba lentamente en el túnel y al final del mismo, vi un destello, un fulgor de luz de distintos colores que me avisaba que el viaje estaba por concluir.

De repente, me vi fuera del túnel y parado en el manto de nubes.  Alcancé a divisar tres torres muy altas: una era de oro, la otra de plata y la tercera de cristal.  Eran muy hermosas.  Al estar viendo las torres de abajo hacia arriba, giré mi cabeza a la derecha y vi a mi lado a una persona un poco más alta que yo.  No supe quién era, pero me sonreía dulcemente, era de rasgos finos.  Pero llegó la desilusión: retorné, y  lo primero que vieron mis ojos, fue a mi esposa, que preocupada y con el llanto a punto de brotar, me hablaba. 
 
¿Con que fin doy testimonio de esta experiencia?  Pues para quienes hayan perdido a un ser querido, tengan la confianza y plena seguridad, de que nuestros seres amados, están felices de esa nueva vida y gozando de la dicha de Dios.

En el hospital, ante la visita del cardiólogo, el Cirujano, me hizo la pregunta:
-    ¿Entonces qué Don César?
 
Mi respuesta fue:
-    Adelante doctor.
 
Vi en el rostro de mi esposa cierta preocupación pues estaba dando el sí a la intervención.  Fue una decisión que con gran aplomo tomé, sabiendo que era necesario tomar ese paso.  Cuando me preparaban para la operación, alcancé a ver el rostro de una hermosa mujer que se acercó a la camilla donde yo estaba, y hablándome al oído empezó a orar.  Era una dulce voz que me reconfortó de tal manera, que me entregué a Dios.  Desde ese momento, no tuve miedo.

Era necesaria la presencia de 14 donadores de sangre.   ¿Dónde íbamos a encontrar tal cantidad de donadores?  Pero la preocupación pasó a sonrisas, cuando se me informó que La Academia de Policía envió a un pelotón de cadetes, conformado por 14 jóvenes con la orden de donar su sangre para un servidor.  Un gran detalle que me hizo esbozar una expresión que me calmó, pues no estaba solo.  Mi familia compuesta por mi esposa y 3 hijos, sonreían al ver desfilar uno por uno a los cadetes de La Policía.

LOS SANTOS
 
Después que recibí las curaciones en cuidados intensivos, estaban el cardiólogo, el cirujano, y 5 médicos más para ver la reacción de mi restablecimiento, ya que les causaba asombro que después de la delicada operación, yo estuviera bromeando con las enfermeras, que aguantaban las ganas de reír porque debían hacer silencio.  Pero observaron a los pocos minutos, que persistía un sangrado y se ordenó nuevamente mi traslado al quirófano, para volver a abrir y corregir ese sangrado.  Y otra vez a cuidados intensivos.

Al día siguiente tras el rápido restablecimiento, me vistieron con bata blanca y una sábana en mis piernas, me sentaron en un sillón para estar en un cuarto con todas las comodidades, aseado, rasurado y peinado para que recibiera en tan solo 5 minutos a 5 visitantes, uno por minuto.  La primera en pasar fue mi esposa.  Al verme, quedó asombrada pues vio en mi cara el rostro de Juan Pablo II, fue una visualización que la enterneció al cumplir el minuto de visita.  Salió sin decir ni media palabra.  Después entró mi hija, que también tuvo la agradable sorpresa de la visualización, pero al salir no pudo callarlo y se formó una algarabía.  Los siguientes 3 familiares que entraron a visitarme, y a pesar de su excepticismo, vieron lo mismo. 
 
No sabemos en realidad, dónde nos espera la muerte, pero hay que estar conscientes de que sólo con una experiencia como la que yo viví, el haber disfrutado de acariciar el cielo y que dejamos el mundo material para vivir el espiritual es: en realidad, una gracia de Dios.
 
LOS MILAGROS EXISTEN 
 
Sin temor a equivocarme puedo decir que sí los hay y muchos. Cuando el cardiólogo autorizó mi salida a casa, ordenó una radiografía de Tórax para que se la llevara en la siguiente cita.  Así se hizo, mi esposa fue a recoger la radiografía y al llegar a casa, mi hija abrió el sobre, sacó el negativo y poniéndolo a la luz del sol, descubrió algo que le llamó la atención y exclamó: ¡Mira Mamá, ven a ver!

Tanto mi hija como mi esposa, disfrutaron de la radiografía, en donde se ve con la formación de huesos a un Cristo Crucificado, como el que conocemos con los brazos extendidos y la cabeza inclinada.  Al lado izquierdo, se alcanzan a ver unas sombras oscuras en el rostro que asemejan sus ojos, la nariz y la boca.  Los pies terminan en punta cruzados. 
 
Cuando mi esposa le entregó la radiografía al cardiólogo, este la puso a la luz y abordándolo mi esposa le dijo:
-    ¿Qué alcanza a ver doctor en la radiografía?
 
De inmediato la respuesta del médico fue:
-    ¡Pues sí, es para creer! 
 
Con esa contestación el doctor también aceptó tal realidad y eso, que dentro de la ciencia médica, no están autorizados para dar una respuesta positiva, dentro de esos acontecimientos.
 
LA ORACIÓN
 
La oración es la medicina infalible para la sanación.  Hay que comprenderla y aceptarla sin importar qué religión profesamos.  Que mis Bendiciones y las de todo el mundo, acompañen siempre a la dama que se me acercó antes de la operación y oró por mí, pues supo calmar con sus oraciones el difícil momento.  A quienes se preocuparon por mí, les agradezco sus atenciones.

Con este testimonio de mi viaje, en donde conocí el cielo y con mi experiencia vivida, quiero hacer ver que el morir es hermoso y que no debemos tener miedo de aceptar las decisiones de Dios.  Después de que disfruté del cielo, pensé que era un lugar tan hermoso y me dije:
-    ¿Para qué regresaba?
 
Pero aún no era el tiempo y Dios me regresó para terminar la obligación con mi esposa, hijos y nietos. De verdad, que hermosa oportunidad me regaló Dios.  
 
César A.  Elizondo R.   
Suceso ocurrido el 3 de Julio de 2005
Nuevo León  -  México
 

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